martes, 16 de febrero de 2010

Una guerra con un final por escribir

He tenido que pisar mis palabras, comerme el orgullo y agachar la cabeza. Al menos, por ahora. Tengo la vida hipotecada, y eso me ha imposibilitado hacer lo que mi corazón dictaba. Es el precio que hay que pagar por crecer y tener “letras”, aunque la casa que estoy pagando, por ejemplo, todavía sea del banco.

No obstante, confío en que el tiempo ponga cada cosa y a cada persona en su sitio. Según el día, me levanto y acudo al trabajo con el ánimo por los suelos o con la moral por las nubes. Esos picos de sierra que demuestran que uno espera otras cosas de la vida, del día a día, de una profesión a la que está enganchado de por vida. Todo llega, dicen, y yo cuento los días para alcanzar el sitio deseado. No pierdo la esperanza. Y mientras tanto, me contento con tener a quienes tengo a mi lado, y por mantener la salud que me permitirá –tarde o temprano- poner las cosas en su sitio… con hechos, siempre con hechos. Porque visto lo visto, las palabras se las lleva el viento. Y es que cada vez quedan menos personas que cuando te dan su palabra firman un pacto sin fisuras.

Aún hoy me miro al espejo y no puedo mantener la mirada. Porque siento que en el fondo me he fallado. Espero que esto sólo sea una batalla perdida en una guerra con un final por escribir.